
Natalia a los 10 en un paseo. Muy rubia aún, con un ‘distinguido traje negro’ y cuidadosamente a un lado del grupo familiar paterno.
Fui púber en una época donde la canción en boga venía con su video musical. Esos referentes visuales fueron parte de cómo se construyó mi mirada en relación al sexo y al género. Esa información visual y sonora entraba en una relación recíproca y de enfrentamiento con los sucesos cotidiandos de mi entorno
Con mi madre solíamos cantar y bailar por las tardes. Ella es una actriz de escenario frustrada, pero una actriz de la vida cotidiana que logra bastante público. La minifalda que ella llevaba no pasaba desapercibida, algo que pude comprobar cuando visualmente me veía como una mujer (desarrollada?). En Chile, si una mujer lleva minifalda y ‘le meten mano’, es porque ella lo está pidiendo debido a su atuendo. Por el hecho de ser mujer, ya debes aceptar en el bus los susurros húmedos en tu oreja, con el hombre describiendo la vagina y lo que haría con ella.
Un día, en el descanso del colegio católico que asistía, con unas compañeras nos pusimos a cantar algunas canciones. Yo tenía memorizada la que había cantado y bailado el día anterior con mi madre: Salt n Pepa, con Lets talk about sex. El inspector de turno me escuchó, y el castigo fue asistir dos tardes a la semana al taller de conversación: “Familia, Matrimonio y juventud”, con una profesora que anteriormente había sido monja. De este taller me expulsaron. Poco tiempo después, por razones sumadas, lo hicieron del colegio católico.
Me confundía que las Salt n Pepa nos invitasen a cantar sobre sexo, y de sus “all the good things and the bad things”. ¿Cuáles eran las ‘cosas malas’? Ellas, mientras cantaban en el video, se tocaban sensualmente sobre la minifalda, y cuando las mujeres en Chile llevaban una, pasaban esas ‘cosas malas’… Las Salt n Pepa[1] me recuerdan de que aunque el sexo estuviese tan presente en la cultura visual no se presentara con explicitud, a modo de diálogo horizontal en la educación y en los terrenos cotidianos, un diálogo donde nosotras y nosotros, los adolescentes pudiésemos plantear nuestras perspectivas e inquietudes. Mis preguntas de ese entonces las posiciono hoy de tal manera: ¿sólo son los hombres los que obtienen placer durante el sexo y en el mundo publicitario con la mujer hipersexualizada? Si en el colegio te dicen que es la familia (nuclear, extensa y/o consanguínea) quién(es) te debe guiar en tu desarrollo sexual ¿yo tendría una educación sexual insuficiente o nula si mi situación no encajaba con esas clasificaciones?
Mi contradicción comenzó a crecer. A inicios de la “democracia” en Chile la mujer sexualizada era ya parte de la publicidad de bastantes mercancías, pero seguían relegadas a un espacio de silencio, tanto cultural como legal. La banda punk-rock chilena sonaba con sus videos en ese entonces con dos canciones que oíamos/escuchábamos en mi casa: Sexo y Corazones rojos.
En Sexo se repite la misma situación que relatan las Salt n pepa, pero dentro de un contexto de una democracia sarcástica. Dice así: sexo compro, sexo vendo/ sexo arriendo, sexo ofrezco/ ella no es una mujer para amar/ sino un enemigo al cual doblegar…/ El mejor gancho comercial/ apela tu liberalidad/ toca tu instinto animal/ rozando la brutalidad . Mi pregunta de ese entonces fue: ¿porqué tres hombres son los que están denunciando lo que les sucede a las mujeres? El video Corazones rojos lo vi en el año noventa, a los ocho años. El escenario es una especie de salón de clase mixto, donde el vocalista con voz golpeada emite un discurso reconocido culturalmente como machista, y las niñas y los niños cantan el coro, llamando a las mujeres, quizás interpelándolas para que despierten.
Mil insultos como mil latigazos / Mil latigazos dame de comer/ … Eres ciudadana de segunda clase /sin privilegios y sin honor / porque yo doy la plata estas forzada /a rendirme honores y seguir mi humor/ búscate un trabajo, estudia algo /la mitad del sueldo y doble labor/ …no estás autorizada para dar opinión/… De tu amor de niña sacaré ventaja/ de tu amor de adulta me reiré/ con tu amor de madre dormiré una siesta/ y a tu amor de esposa le mentiré/… En la casa te queremos ver/ lavando ropa, pensando en él /con las manos sarmentosas /y la entrepierna bien jugosa/ Ten cuidado de lo que piensas /hay un alguien sobre ti / seguirá esta historia / seguirá este orden / porque Dios así lo quiso / porque Dios también es hombre…
Al cumplir yo los siete años, mi madre tuvo la posibilidad de realizar estudios universitarios. Hoy lo recuerdo así: salió de casa, asumió una voz y presencia propia, elegía con lo se iba a vestir e hizo amigas y amigos jóvenes, con prácticas que no repetían la discriminación hacia las mujeres u homosexuales, discriminación que proseguía en otros grupos y ámbitos de la sociedad chilena. Un año después el matrimonio de mis padres se hacía insostenible, y se separaron. La voz de Jorge González y su video de Corazones Rojos me era sumamente agresiva, y por esa razón pensaba que él estaba haciendo un tributo a la violencia que ejercía el hombre sobre la mujer. A la vez, veía y escuchaba a las niñas y niños del coro de mi misma edad, y pensaba que yo podría haber estado allí, gritando y despertando a las mujeres, como una heroína. Pero, el mensaje del video y la canción, me traían otras contradicciones: las mujeres no sólo permanecían en la opresión, sino que también por ello llevaban “la entrepierna bien jugosa”. ¿La violencia de género excita a la mujer ‘subyugada’?, ¿eso me iba a pasar a mi?, ¿cómo evitarlo?
Hay un detalle que completa mi disyuntiva en ese entonces: luego del segundo minuto, una niña del coro guiña el ojo a la cámara mientras grita ‘hey mujeres!’, ¿a quién le guiña?, ¿está coqueteando al público masculino?. Hoy lo veo como un gesto de complicidad, quizás conmigo. Está mostrando al espectador que ella ya sabe de qué va esta construcción de género femenino y que podrá jugar performativamente con eso(¿? espero..) Provocar para enfrentar. Visibilizar lo oprimido con una puesta en escena irónica, para poner a prueba al público ahora enfadado.
En ese entonces, eso oprimido yo lo entendía como el lado masculino de la mujer que le faltaba. Son tres chicos que hacen la denuncia y quienes relatan que seguirá siendo así por que dios hombre así lo quizo. Y eso oprimido entonces era la voz legitimada, la del hombre, y si era así ¿las mujeres teníamos que remedar la expresión masculina para poder visibilizarnos, para poder demandar ‘eso’ masculino de representatividad (y agencia) que nos faltaba?
A los 10 años empecé a remedar a los chicos, para poder ser aceptada en el grupo de personas que ‘podían tener opinión’, y también para que ellos no me sexualicen. De ello, tuve resultados bastantes contradictorios y conflictivos. No me dio ningún tipo de agencia en relación a mis expectativas. En ese momento me percaté que mis imaginarios maniqueos en torno al hombre y a la mujer (es decir, limitancias heteronormativas) me iban a seguir relegando en un posición de silencio
Pocos años después, comencé a sentirme cómoda y atraída por el género visiblemente indefinido. Con mi padre o mi madre iba a fiestas electrónicas (recuerdo una con performance “No a la Censura” de Patricia Rivadeneira) , y a escondidas me iba a una que otra rave. Me encantaba que me dijeran: y porqué te gusta e imitas a ese Bowie que no se puede saber si es hombre o mujer o qué se yo, y ese de Queen en I want to break free, que ni se sabe disfrazar de mujer ya que aún tiene sus bigotes, y además se rie de las mujeres de casa!, tu eres mujer, se está riendo de ti!. Ya eran mis 14 años, y pensaba que si pudiese existir algo que no fuese completamente masculino ni femenino, uno podría llegar a librarse de la herencia del imaginario del hombre violento y de la mujer que se place de ser violentada. Pensaba que al reconocerte socialmente como mujer se te presiona: tienes una herencia que la puedes/debes seguir remedando. O bien hacerte cargo con sarcasmo, subvertirla.
Este año, me acerqué a Shima en el stand de Japanese Weekend Bcn, porque no me parece en absoluto subversivo sus compañeras chicas lolitas, que dicen querer reestablecer el valor puro y cortés de las mujeres victorianas (encarnan a esas mujeres complacientes representadas en Corazones Rojos, a mis ocho años)
Luego de las reuniones con Shima me encontré con una disyuntiva interna anteriormente no reflexionada. Ahora puedo decir, que a mis ojos esas reuniones me ayudaron a replantear y recordar/fabricar esta narrativa sobre mi construcción subjetiva y cultural de la mirada en torno al género. A su vez, tenía otra mirada hacia él, una en el plano más bien sensible, que se movían entre la desilución y lo revelador: sentí que él estaba repitiendo la práctica de esas mujeres puras y corteses. Que quizás pasa demasiado preocupado en ser aceptado por sus compañeras de ‘lolita in wonderland’, en responder a sus demanas; al comprobarles a ellas que sus vestidos los lleva como lo debe hacer una chica y que son ‘originales’, y que para eso se preocupa de ocultar completamente a Shima en su trabajo y así poder tener dentro de su habitación su cajero automático de hello kitty lleno de dinero. Creo que eso es un juicio que me sucitó no sólo por mi fallida intención de querer ‘entrar en el grupo de chicos’ bastantes años atrás, sino que también producto de una confusión sensible, anacrónica y descontextualizada: mientras Shima me contaba sobre él, me acordaba de Pedro Lemebel, el primer autodenominado socialmente como ‘colita’ según mi recuerdo , donde la lucha de la diferencia sexual estaba politizada, relacionada a la lucha de clases y a su vez segregada de los grupos políticos y sociales tanto de derecha como de izquierda.
Hoy, ni Shima ni otros conocidos mios que visualmente subvierten el género heteronormativo, lo hacen subvirtiendo también las demandas de la cultura visual de la publicidad y del mercado. Ahora relato lo que sucedió en mi proceso de los encuentros con él, no es él quien se está representando. Comprendo a través de su voz y su relato de referentes visuales en relación con los míos, que la hegemonía no es una sola fuerza cerrada y coherente, sino que son poderes contradictorios, donde si un sujeto no calza con alguna de sus demandas, se cohesiona con otros, sólo por tener algún matiz que se empatice. Y la experiencia con Shima, en este sentido, fue también para mi un objeto de cohesión, de ciertos matices, como efecto detonante para escribir lo que ahora leen y miran.
En el camino recorrido con mi amiga y compañera de investigación, hemos estudiado diversas teorías que se enfocan en las subculturas, la performatividad del género y su subversión. Entre tanto en tanto, hacíamos una pausa y nos contábamos nuestra historia como Natalia y Claudia, como Prostiturratalia y Chispilla, como niñas que han tenido/querido ser niños. En esas pausas hemos logrado un diálogo fluido, de escucha, de cruce de miradas y de relación entre teorías que tienen solidez o contradicción en nuestras propias historias.
Hay pliegues donde ciertas demandas/poderes no logran acceder. Hay pliegues que no permiten a ciertas demandas/poderes acceder. Hay pliegues donde la metodología teórica no me ayudará a levantarlos y ver qué ‘hay por debajo’. No hay imágenes, ni sucesos ni sujetos que revelen sus verdades esenciales. Hay matices que se presentan dentro del flujo de las miradas cruzadas. Y hay miradas que ven un suceso a través de un velo de encajes, un velo que representa mi historia de vida, esa mirada ve a través de mi historia, me posiciona frente al suceso adyacente, y va mutando el encaje cual caledoscopio con combinaciones infinitas que torna en la medida que tengo nuevas experiencias.
[1] Don't decoy, avoid, or make void the topic/ Cuz that ain't gonna stop it/ Now we talk about sex on the radio and video shows/ Many will know anything goes/ Let's tell it how it is, and how it could be/ How it was, and of course, how it should be/ Those who think it's dirty have a choice/ Pick up the needle, press pause, or turn the radio off/ Will that stop us, Pep? I doubt it/ All right then, come on, Spin.
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